Sofía
Hay un momento exacto en el que sabes que estás jodida. No por miedo. Ni siquiera por orgullo. Sino porque tu corazón se rindió mucho antes de que tu mente pudiera encontrar la salida de emergencia.
Ese momento llegó para mí esta mañana.
Desperté entre sus brazos, con el pecho pegado a su piel caliente y su respiración lenta acariciándome la nuca. Alexander. Misterio con mandíbula afilada. Humo con manos de fuego.
Y yo, tan estúpidamente atrapada.
¿Esto era solo atracción?
No.
No después de ver la oscuridad en sus ojos anoche.
No después de escucharlo hablar de ella. De su pasado.
De su culpa.
Hay algo en cómo se quebró en silencio que hizo que todo dentro de mí gritara por protegerlo. Por quedarme. Por decirle que no importa cuán roto esté… quiero ser yo quien recoja los pedazos.
Maldita sea.
Me moví despacio para no despertarlo, pero su brazo me rodeó la cintura como si su subconsciente se negara a soltarme.
—¿A dónde vas? —murmuró, aún medio dormido, con la voz rasposa que me