Alexander
El infierno tiene su propio idioma. Y lo peor es que lo hablo con fluidez cuando estoy dormido.
Me despierto empapado en sudor, con el pecho ardiendo y la boca seca como el desierto. Otra maldita pesadilla. Otro maldito recuerdo.
Me siento en la cama con los codos apoyados en las rodillas y las manos en la nuca. Respiro, como si pudiera sacar el veneno de mi pecho a través de los pulmones. Pero sigue ahí. Incrustado. Podrido. Vivo.
La habitación está en penumbras, iluminada por la débil luz de la ciudad que se cuela por las ventanas abiertas. Sofía duerme a mi lado, su respiración suave, ajena a mi tormenta interna. Tiene una pierna extendida sobre las sábanas, el cabello revuelto como si lo hubiera peleado en sueños. Es hermosa incluso cuando duerme. Especialmente cuando duerme.
Y yo… yo soy un maldito monstruo por tenerla aquí. Por no dejarla ir.
Me levanto despacio, en silencio, como si el suelo pudiera delatar mis pasos. Camino hasta la cocina, abro el armario y saco el