Alexander
Hay reglas.
Y luego está Sofía.
Mis reglas no son muchas, pero son de hierro. Inquebrantables. He vivido por ellas, las he pulido con disciplina quirúrgica, y me han convertido en el hombre que todos temen y respetan. No mezclar lo personal con lo profesional. No involucrarse emocionalmente. No permitir debilidades.
Y sin embargo, hoy he hecho una reserva para dos en un restaurante italiano fuera de la oficina.
Con ella.
Porque después de anoche, después de ese maldito y perfecto momento en el que casi la beso, en el que casi me dejé ir… algo cambió. O mejor dicho, algo se rompió. Algo que ya no estoy seguro de querer reparar.
—¿Almorzar? —pregunta ella, alzando una ceja con una sonrisa que juega entre la sorpresa y la ironía—. ¿Fuera? ¿Con gente? ¿Tú?
Estoy de pie junto a su escritorio, con las manos en los bolsillos y el nudo de la corbata más flojo de lo que me permito en horario laboral. No me gusta parecer relajado. Me gusta tener el control. Pero con Sofía... el contro