Adentro, Celina caminaba como quien pisa sobre vidrios rotos, intentando no hacerse más pedazos de los que ya estaba.
Apenas llegaron a la sala, Tatiana dejó la maleta de Celina en un rincón y la condujo hasta el sofá. Se sentó a su lado, sujetándole las manos temblorosas.
— Siéntate, amiga. Respira —pidió con cariño—. No tienes que ser fuerte ahora, solo tienes que estar aquí. Por tus hijos… por ti.
Celina se derrumbó otra vez, recostando la cabeza en el hombro de su amiga. Su cuerpo temblaba, las emociones se desbordaban en lágrimas silenciosas.
— Yo no quería esto —susurró—. No así… No con Gabriel herido, con Thor fuera de sí. Solo quería… paz.
Tatiana le acariciaba el cabello con suavidad, como quien acuna a una niña herida.
— Lo intentaste, Celina. Lo intentaste demasiado. Pero ahora tienes que pensar en ti… y en los bebés. Ellos lo sienten todo, ¿recuerdas?
Celina llevó la mano al vientre, como si pudiera sentir el latido de los gemelos recordándole que aún estaban allí, vivos,