Después de unas dos horas, la habitación de Celina estaba sumida en una penumbra suave. Las cortinas entreabiertas dejaban entrar una luz tímida, tiñendo las paredes de tonos melancólicos. Celina permanecía recostada, cubierta hasta la cintura, el cabello suelto y ligeramente revuelto. Su mirada perdida en el techo delataba el torbellino interno que todavía no se apagaba. Sentada a su lado, Tatiana acomodaba una compresa fría en su frente, como quien cuida de una hermana herida —no en el cuerpo, sino en el alma—.
— Amiga… —dijo Tatiana con voz baja pero firme— ahora que estás más tranquila, vamos a hablar. Yo entiendo lo que pasaste, de verdad. Thor estuvo aquí. Me contó todo lo que pasó… —hizo una breve pausa— todo lo que ocurrió en esa cena horrible.
Celina desvió la mirada hacia ella, sin fuerzas para reaccionar.
— No digo que él tenga razón, ¿eh? Pero quiero que te pongas un momento en su lugar. Tú desapareciste. Él vino aquí desesperado buscándote. Yo lo vi, Ce. Desesperado de ve