Zoe y Arthur caminaron hacia el estacionamiento en silencio.
—¿Tienes alguna preferencia sobre a dónde ir? —preguntó Arthur con voz serena, aunque cargada de una tensión contenida.
Zoe dudó. Sus ojos recorrieron el amplio estacionamiento del pabellón, como si buscaran una salida invisible. Respiró hondo antes de responder, con un tono neutro:
—Mientras sea un lugar tranquilo… no.
Arthur asintió con un leve movimiento de cabeza. No añadió nada. Giró su silla de ruedas hacia el coche adaptado que lo esperaba. Zoe lo siguió en silencio, evitando pensar demasiado en lo que estaba haciendo. Aquello era un campo minado entre los dos, y cualquier paso en falso podía hacerlo estallar todo.
El auto avanzó por las avenidas de São Paulo envuelto en un silencio que decía más que cualquier palabra. Zoe mantenía la mirada fija en la ventana, observando los edificios pasar, la ciudad moviéndose allá afuera como si nada hubiera ocurrido. Pero dentro de ella, todo era caos.
—¿A dónde vamos? —preguntó