Había pasado un mes.
Treinta días de silencio, de comienzos y reconstrucciones. Para Arthur, no había sido fácil. Desde el accidente, su vida parecía partida en dos: antes y después de la verdad, antes y después del accidente, antes y después de Zoe.
Centrado en su rehabilitación, enfrentaba días buenos y días malos. Había momentos en los que sentía que su cuerpo respondía, que los músculos despertaban poco a poco, y esos pequeños avances encendían una chispa de esperanza. Pero también estaban los días oscuros, aquellos en los que las piernas parecían de plomo, las manos temblaban y la frustración lo golpeaba como una tormenta.
Fue en ese tiempo cuando comprendió el verdadero significado de la fuerza. Y no la fuerza física, sino la de seguir adelante, la de insistir, la de creer incluso cuando todo dolía.
Sus padres se convirtieron en su pilar. Su madre lo acompañaba a cada sesión de fisioterapia, y su padre —ese ejemplo constante de dignidad y presencia— estaba allí todos los días. T