Él se inclinó hacia ella, rozó su rostro con el cuello de Zoe, aspiró el aroma de su piel y murmuró:
—Tu olor…
Besó lentamente la curva entre el hombro y el cuello. Zoe cerró los ojos. Su cuerpo reaccionó antes que la razón.
Arthur volvió a mirarla. Le tomó los brazos con suavidad, acercando los labios.
—Tu boca…
Estaban a centímetros de besarse cuando…
—Señor, con permiso —dijo Cleide, entrando con la bandeja en las manos y quedándose petrificada al ver la escena—. Perdón…
Zoe se levantó de golpe, visiblemente alterada. Arthur carraspeó.
—Está bien, Cleide. Déjala sobre la mesa.
La empleada salió de inmediato. Zoe, aún con el corazón acelerado, pensó en silencio:
“¿Ibas a besar al hombre que te engañó? Estás completamente loca, Zoe.”
—Me voy —dijo al fin.
—Vas a comer, y después terminamos de hablar —replicó Arthur con calma.
—De ninguna manera —respondió ella enseguida.
—Zoe, no acepto objeciones, ¿de acuerdo?
Ella soltó un bufido, se dejó caer en el sofá y tomó un trozo de fruta.
—