Celina respondió con dificultad; la presión en su cabeza era insoportable.
—Me siento muy mal... mi cabeza va a explotar...
—Amor, siéntate aquí. Vamos a ver cómo está tu presión —dijo Thor, ayudándola a sentarse en el sillón.
Tomó el tensiómetro y, con las manos firmes —aunque por dentro el pánico lo consumía—, midió la presión de su esposa.
El visor parpadeó y luego aparecieron los números.
—Mierda… dieciséis por diez... —pensó, angustiado.
Lo comprobó tres veces. El resultado era el mismo. Alto. Peligroso.
Pero no tuvo el valor de decírselo. Sabía que si revelaba la gravedad de aquello, el estado de Celina empeoraría y todo se volvería aún más crítico.
—¿Está alta? —preguntó ella, inquieta.
Él forzó una sonrisa.
—Está dentro de lo esperado para esta etapa, amor. Un embarazo de gemelas ya exige mucho de tu cuerpo, ¿recuerdas? Pero prefiero llevarte a la maternidad, solo para asegurarnos.
Ella lo sujetó con fuerza.
—Thor… no me mientas… las niñas… —consiguió decir, casi sin voz.
—Vam