Me avergüenza contarte esto, porque siempre quise criarte con principios y rectitud. Pero esta es mi historia. Y, hija mía, me arrepentí. Cambié de vida.
Tomé todo el dinero que había estado guardando para mi vejez, pedí licencia en el hospital y huí contigo hacia el sur de los Estados Unidos. Nos quedamos un tiempo en Carolina del Sur, hasta tener listos todos los documentos. Gregory se encargó de todo; obtuve una nueva identidad.
Unos meses después, dejé el país. Me fui a Brasil. Estaba lo suficientemente lejos como para que nadie pudiera encontrarnos.
Y, hija… fue lo más aterrador que hice en mi vida.
Llegar a un país extraño, sin familia, sin amigos, con un bebé en brazos y un pasado que debía esconder... fue una pesadilla.
Aunque hablaba portugués, por mi gusto por los idiomas, mi acento me delataba. Era imposible disimularlo. Bastaba con abrir la boca para que todos supieran que no era brasileña. El miedo era constante. Miedo a ser descubierta. A perderte. A que todo se deshicie