Al día siguiente, el sol del mediodía brillaba con fuerza sobre la fachada de vidrio del edificio donde trabajaba Thor. El abogado Álvaro Cordeiro estacionó su auto negro de lujo a pocos metros de la entrada principal, dejando el motor encendido mientras revisaba los documentos dentro de su carpeta de cuero. Llevaba un traje hecho a medida, sobrio, y los lentes rectangulares reflejaban una expresión firme y controlada. Respiró hondo antes de marcar un número guardado como “Zoe Arthur”.
—¿Señora Zoe? —dijo con cortesía en cuanto ella atendió—. Buenas tardes. Habla Álvaro Cordeiro, abogado de Arthur. Necesito hablar personalmente con usted. Es de extrema importancia.
Al otro lado de la línea, Zoe respondió con educación, aunque con cierta sorpresa:
—Buenas tardes, doctor. Justo estoy saliendo a almorzar. Puede esperarme en la recepción, ahora bajo.
—Perfecto. La esperaré.
Pocos minutos después, Zoe apareció en el vestíbulo de la empresa, elegante en su sencillez. Su rostro se notaba can