Celina disfrutaba de una calma aparente en su mansión. El sol se filtraba por los amplios ventanales del salón principal, bañando de luz tibia el sofá de lino claro donde ella estaba recostada, con las piernas extendidas sobre los cojines y el portátil apoyado en los muslos. El sonido rítmico del teclado llenaba el silencio del lugar. Con el parto de las gemelas cada vez más cerca, Celina intentaba adelantar todo lo posible de su nuevo libro. Estaba sumergida en una escena cargada de emoción cuando el timbre sonó.
La empleada cruzó el vestíbulo con prisa y abrió la imponente puerta de roble macizo. Al verla, tragó saliva.
—Señora Celina… la señora Emma está aquí —anunció con cierta vacilación.
Celina se quedó inmóvil. Los dedos suspendidos sobre el teclado. Respiró hondo antes de levantar la mirada del portátil. Su expresión se endureció de inmediato.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó con voz firme y una mirada helada.
Emma dio un paso dentro, vacilante, pero con una dignidad herida br