El coche avanzaba por la avenida mojada. Los neumáticos cortaban los charcos con violencia. El pecho de Arthur parecía a punto de estallar. Las luces de los postes se reflejaban borrosas en el parabrisas como fantasmas huyendo. El mundo a su alrededor ya no era real. Solo ruido, velocidad y culpa.
En el cruce adelante, el semáforo cambió de verde a amarillo. Pero Arthur no frenó.
Ni dudó.
Ni vio.
Todo era un borrón. Zoe gritando. Aquella frase que jamás imaginó que ella llegaría a descubrir.
—¡LO VI, ARTHUR! ¡LO VI!
El grito de Zoe resonó dentro de su mente como un trueno rompiendo el cielo. Fue lo último que oyó antes de que la luz roja explotara frente a él. Un destello. Una bocina ensordecedora viniendo desde la izquierda. Y luego, el impacto.
Un camión chocó contra el coche con toda la fuerza, justo en el costado del conductor. El sonido fue seco, brutal. Metal contra metal, vidrios estallando, el cuerpo de Arthur lanzado contra el cinturón. El vehículo giró dos veces en el aire y