Zoe permaneció inmóvil, con lágrimas deslizándose por sus mejillas, el rostro manchado por el dolor.
—No grites. No conviertas esto en un espectáculo —dijo con la voz baja, pero letal—. Tuviste mil oportunidades de decirme la verdad. Mil. Y escogiste el silencio. ¿Y ahora vienes a gritar como si fueras la víctima? Si hubiera sido yo la que te traicionó, tú jamás me habrías perdonado. Seguro me habrías echado de esta casa… o algo peor.
Arthur respiraba con dificultad. El pecho subía y bajaba en un ritmo descontrolado. La miró una última vez, con la mirada ardiendo de rabia, dolor y orgullo herido.
Sin decir nada más, salió de la habitación como un huracán. La puerta se cerró con tanta fuerza detrás de él que las bisagras temblaron. El sonido retumbó por la mansión como un trueno seco en medio del silencio.
Zoe se quedó allí, de pie, con el corazón hecho pedazos. El eco de la puerta aún resonaba en sus oídos, pero dentro de ella el ruido era otro: el de la confianza rota, el del amor he