Zoe regresó del almuerzo a toda prisa, con el cabello aún despeinado por el viento y la mente a mil. Apenas había tenido tiempo de digerir la comida, porque el reloj le recordaba la reunión que se acercaba. Fue directo al baño, se cepilló los dientes, se lavó la cara, retocó el maquillaje de manera rápida y práctica, y caminó con paso firme hacia la sala de reuniones. Llevaba una pila de carpetas y su tablet, los ojos atentos al contenido de la agenda.
Entró en la sala y se ocupó de los últimos detalles: alineó las sillas, encendió el proyector, revisó los datos en la pantalla. Los empleados empezaban a llegar poco a poco, todos con semblantes tensos. Sabían de sobra que el motivo de la reunión no sería nada agradable.
Thor irrumpió de golpe. La puerta se abrió con tal fuerza que varios dieron un respingo. Vestía un impecable traje negro, pero lo que más llamaba la atención era su mirada incandescente, como un volcán a punto de estallar.
—Buenas tardes a todos —dijo Thor, con irritaci