Después de largos minutos, se levantó tambaleante y caminó hasta la habitación del matrimonio. Empujó la puerta con suavidad, casi como si pidiera permiso para entrar. Todo estaba exactamente como Karina lo había dejado. Los perfumes sobre el tocador, las joyas guardadas con cuidado, la foto de los dos en la mesilla de noche. Fue hasta el clóset, vacilante. Cuando abrió las puertas, el olor de ella lo golpeó en el estómago como un puñetazo.
La ropa de Karina, toda ordenada, algunas piezas aún con etiquetas que nunca tuvo tiempo de estrenar. Thor pasó las manos por las telas, acariciando cada una como si pudiera encontrar en ellas un rastro de calor. Tomó uno de sus vestidos favoritos, un floral ligero que solía usar en las tardes, y lo llevó al rostro. Aspiró hondo. Su perfume todavía estaba allí.
Fue demasiado.
Un sollozo escapó, fuerte, desgarrador. Thor cayó de rodillas en medio del clóset, con el vestido entre las manos, el rostro enterrado en la tela. Gritó en silencio. El pecho