A la mañana siguiente, en la clínica, Agatha revisaba algunos informes cuando la puerta se abrió bruscamente.
Lucciano entró con el ceño fruncido y el celular en la mano.
—Aggy… pasó algo.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, dejando los papeles sobre el escritorio.
—¿Recuerdas tu video?
Agatha palideció al instante.
—¿Qué pasa con ese maldito video ahora?
—Se volvió un virus —dijo Lucciano, aún incrédulo—. Todos los que intentan abrirlo pierden sus celulares y sus notebooks. Explotan las tarjetas madres. Lo rastreé y… alguien lo está borrando de toda la red.
Agatha lo miró sin entender.
—¿Cómo que alguien?
—No se quien es pero ahora está destruyendo todas las copias. Incluso en las webs irregulares: los foros, los canales ocultos, las páginas cifradas. Si alguien intenta abrirlo, el sistema colapsa y se autodestruye.
—¿Estás seguro? —susurró, temblando entre alivio y miedo.
—Completamente. Ya eliminó más de cien enlaces en menos de un día. Y te advierto algo, Aggy… no intentes buscarlo, ni