Después del almuerzo, Leandro dejó a Agatha en el orfanato.
Apenas bajó del auto, las niñas corrieron hacia él.
—¡Tío Leandro! ¿Nos trajiste chocolates?
—¿Ustedes qué creen? —preguntó con una sonrisa.
—¡Que sí! —gritaron todas al unísono.
—Claro que sí —respondió divertido.
Agatha lo miró como preguntándose por qué o cuando los compró si no se habías separado en ningun momento, pero Leandro abrió el portamaletas.
Había una caja enorme llena de chocolates. Sacó diez barras, las guardó en sus bolsillos y cerró el maletero.
—A ver… ¿a quién quieren más? ¿A Lissandro o a mí?
—¡A tiiii! —gritaron tres al mismo tiempo.
—¡Nooo! Recuerda, tío Lissandro nos trae pasteles. — Dijo una.
— Además le dijimos que los queríamos a los dos por igual, porque tío Lissandro viene siempre, no podemos querer mas a uno que a otro.
—Vaya, entonces tendré que venir más seguido para que me quieran más.
—Puede ser, tío —dijeron entre risas.
Leandro soltó una carcajada, sacó las barras de su chaqueta y les dio un