Agatha estaba en el umbral de la puerta cuando notó los nudillos de Leandro sangrando.
—¿Qué MlEDA te pasó?
—Nada, solo me encontré con un bastardo. Pasa.
Agatha dejó la maleta y caminó a la cocina a buscar una compresa fría. Leandro la siguió con una sonrisa ladeada.
—Vaya, aún no te instalas y ya eres la señora de la casa. ¿Cómo sabías que aquí estaba la cocina?
—No hay que ser un genio, tus empleadas salían de acá con los platos cuando vine a cenar —refunfuñó mientras buscaba algunas cosas. Encontró un botiquín y unas compresas frías en la nevera.
—Siéntate.
Leandro obedeció. Agatha tomó su mano y empezó a hacer curaciones en sus nudillos, que estaban hinchados y con algunas heridas. Después de desinfectar, puso una compresa fría.
—Aaasshh...
—No reclames como niño pequeño, es por tu bien.
—Sí, mamá.
Agatha lo fulminó con la mirada mientras Leandro la observaba fijamente. Ella aprovechó de revisar su rostro por si tenía algún golpe, pero no encontró ninguno.
—¿Con quién te peleaste