La habitación del hospital estaba en penumbra, bañada por una luz suave que entraba desde la ventana.
Cristian abrió lentamente los ojos, sintiendo un leve ardor en el abdomen y un dolor punzante en el hombro. Intentó moverse, pero algo cálido lo detuvo. Una mano sostenía la suya con fuerza.
Giró el rostro y la vio.
—Hijo… —susurró Crystal, con los ojos llenos de lágrimas.
Cristian parpadeó sorprendido.
—Mamá… ¿qué haces aquí? ¿No estabas en Italia con la tía Moira?
Ella sonrió entre lágrimas, acariciándole el cabello.
—Te hirieron, Cristian. ¿Cómo no querías que volara de inmediato para acá?
El joven desvió la mirada hacia la pared. Allí estaba su padre, firme, de brazos cruzados, con el ceño fruncido y el gesto severo de quien ama a su manera.
—¿Cuántas veces te he dicho? Chaleco antibalas, hombre. —Su voz retumbó grave, pero contenida—. Tienes chalecos que son casi como poleras, y no los usas.
—No retes al niño —intervino Crystal, mirando con cariño a su esposo—. Ya suficiente tien