La brisa salada aún se sentía en el aire cuando Anna despertó sintiendo el vacío de Lissandro a su lado. El sonido del mar era una caricia constante, pero él ya estaba de pie, mirando por la ventana con una sonrisa tranquila, habían pasado tres días maravillosos en la playa, Cristian y Arthur venían dos veces al día solo para ver que todo estuviera bien .
—¿Ya volveremos? —preguntó ella, con un leve puchero.
—Sí, amor, o… ¿quieres quedarte más? —dijo Lissandro, acercándose para besar su frente—. Recuerda que es fin de mes y debes firmarle los papeles a Laura.
—Claro, claro —respondió ella, estirándose con pereza.
Él la miró con esa chispa traviesa que siempre lo delataba.
—Pero hagamos algo. Vamos, firmas… y luego nos vamos a nuestra cabañita en la montaña, ¿te parece?
Anna sonrió ampliamente.
—Oh, me encanta la idea… donde me pediste matrimonio.
—Allá mismo —contestó él, acariciando su mejilla—. Creo que nevará en estos días.
—Suena maravilloso, mi vida.
Un par de horas después, ambo