Después de un día entero en el orfanato, entre risas y juegos con los niños, Anna y Lissandro se subieron al auto. Anna llevaba una semana como dueña del orfanato y el lugar era un aire de dulzura que llegó a amar en poco tiempo.
— No sabía que pintabas amor.
— Hay muchas cosas que no sabes sobre mí aun pequeña, pero no te preocupes, planeo irlas mostrando poco a poco.
Anna sonrió y besó su mejilla, luego miró por la ventana y notó que no era el camino a su departamento.
—¿Dónde vamos? —preguntó ella, curiosa.
—A mi departamento, pequeña. Quiero que lo conozcas, que sepas dónde vivo —respondió él, sin apartar la vista del camino.
Anna sonrió con ilusión. En poco tiempo llegaron a uno de los edificios más prestigiosos de la ciudad. Lissandro estacionó en el subterráneo, justo al lado del ascensor privado, y juntos subieron hasta el último piso.
Al abrirse las puertas, un aire de elegancia la envolvió.
—Wow… qué lindo —susurró Anna, maravillada.
Lissandro caminaba con las manos en los bo