Anna se acurrucó junto a él, apoyando la mejilla en su pecho desnudo, besando su piel con ternura después de entregarse a sus deseos.
—Vamos mañana a tu cabaña en el río… —susurró—. Me gustaría bañarme contigo.
—¿Mmm, desnuda? —preguntó él con picardía.
—¡Lissandro! —ella lo empujó suavemente, sonrojada.
Él rió con esa risa grave que la estremecía.
—Está bien… lo que ordene la princesa. Vamos mañana.
Ella levantó la mirada, con los ojos brillantes.
—Lissandro San Marco, te amo… y te amaré en esta vida y en todas las otras.
—Yo también, Annabel —respondió él con voz ronca, besándola en la frente.
Pronto se quedaron dormidos, abrazados, respirando al mismo ritmo.
A la mañana siguiente Anna estaba en el auto, esperando mientras Lissandro salía del edificio.
—Necesito ir a casa por ropa —comentó ella.
—Tranquila, mandé a dejar algo de tu ropa a la cabaña, así que podemos irnos directo.
—¿Siempre piensas en todo, San Marco?
—Siempre que se trata de ti, amor.
El viaje fue tranquilo hasta