De madrugada, me despertó un ruido sordo. Un golpe seco contra el cristal. Me levanté descalza y abrí la cortina. En el alféizar, una figurita de ajedrez: un caballo de madera manchado de rojo. Lo tomé con dos dedos. Era pesado, viejo, con un olor leve a gasolina.
Lo envolví en una bolsa y llamé a seguridad. Tardaron minutos. Tomaron fotos, levantaron huellas. Eva apareció en pijama, con los ojos grandes.
—¿Qué es?
—Supongo que otra amenaza.
***
Al amanecer, Claudia nos escribió: el juez citó a Benjamín y a Camila para una declaración.
No era una victoria, pero al menos era una primera piedra.
Salí al jardín con mi café. La luz nueva le daba a la casa una apariencia de maqueta. Pensé en la trampa, en Camila, en el caballo rojo, en la palabra “tiempo”.
Román salió detrás de mí, con el saco al hombro. Nos quedamos mirando el césped, como dos personas normales que no se deben nada.
—Hoy será difícil —dijo. Quiero que te cuiden en todo momento.
Se acerco a mí, me tomo por la cintura acerc