En el quirófano, alguien anuncia una cifra de presión arterial que suena mejor que la anterior. Otra voz dice “estabilizada”. El tiempo vuelve a ser una cuerda más gruesa. La luz no cambia, pero cambia su temperatura.
—Cerramos por etapas —dice el cirujano principal—. Las próximas cuarenta y ocho horas son críticas.
***
El reloj del pasillo marca una hora que nadie recuerda haber vivido. La puerta batiente se abre. Un médico alto, de ojos cansados y manos impolutas, se quita el barbijo mientras camina. Todos se ponen de pie a la vez, como si los hubiera llamado una campana invisible.
—Familia de la paciente Isabella Araya —dice, y su voz se esparce por el hall como agua.
Román da un paso. Claudia otro. Eva, dos.
—Superó la primera intervención —continúa el médico—. Controlamos la hemorragia y estabilizamos los signos. Está con ventilación asistida y sedación. El pronóstico es reservado. Las próximas cuarenta y ocho horas son las más importantes. Vamos a pasarla a UCI.
El silencio que