En el pasillo, Román la esperaba. Antes de que pudiera decir algo, se acercó una mujer de alrededor de cincuenta años, elegante, ojerosa.
—Román, te buscaba —dijo—. Perdón, no quise interrumpir.
—Eva —presentó él—. Mi prima. Y Eva —sonrió—. La mejor amiga de Isabella.
Las dos se miraron con una mezcla curiosidad “qué enredo de nombres”. No hubo incomodidad; sólo el reconocimiento rápido.
—Mucho gusto —dijo la prima—. Ojalá nos conociéramos en otra circunstancia.
—Igualmente —respondió la amiga—. ¿Cómo está todo?
La Eva mayor — relató lo esencial con sobriedad: el acoso, el atentado, la detención de Camila, la cadena de cómplices, el papel de fiscalía. Habló del jefe de seguridad, de Mauricio, de los obreros que seguían yendo al hospital. La amiga Eva la escuchó, asintiendo, apretando el bolso contra el pecho como si se abrazara a sí misma.
***
A la mañana siguiente, Román entró a su turno de visita como siempre, durante la noche Eva se quedó haciendo guardia fuera de la UCI mientras R