El anillo me quedó perfecto en un dedo al que le faltaban historias alegres. Román me besó la mano, su dicha era real.
Dos días después me trasladaron a una habitación privada. Monitoreo continuo, pero sin máquinas dominando el aire. El personal del hospital nos conocía ya: la de la UCI que iba a ser mamá, el amante que no se movía de la puerta. Permitieron que Román pasara las noches en un sofá reclinable en lugar de las bancas frías del pasillo.
Las flores comenzaron a llegar en oleadas. Ramos con tarjetas de compañeros y conocidos. La habitación parecía una plaza en primavera. Las dos Evas se turnaban para hacerme compañía mientras obligaban a Román a descansar.
***
La recuperación fue más rápida de lo que esperaban. Tenía terapia kinesiológica mañana y tarde: caminar, respirar profundo, recuperar la fuerza. El cuerpo obedecía con terca dignidad. Cada día avanzando en la recuperación total.
Mientras yo ganaba pasos, las Evas maquinaban a mis espaldas: visitaron salones, vieron flor