Capitulo 26
Román no levantó la cabeza. Se quedó callado. El jefe de seguridad —Mauricio Ortega, cincuenta y dos años, expolicía, dos hijas grandes— permaneció unos minutos, con la gorra entre las manos, y luego salió despacio, dejando el aire menos denso.
El teléfono de Isabella vibró en su bolsillo. Lo sacó sin pensar. En la pantalla, un nombre que a Isabella siempre le había hecho sonreír: Eva, la Eva de toda la vida, su amiga. El horario coincidía con su cita ritual de media hora. Román sostuvo el teléfono unos segundos. Miró el contacto como quien mira una ventana encendida al otro lado de la calle. No respondió. Guardó el móvil de nuevo, con la sensación de haber cerrado una puerta que no podía abrir.
—Lo siento —murmuró.
***
En un estado que iba de la conciencia a la inconsciencia escuche:
—Isabella, te vamos a dormir un poco —dice una voz femenina, amable—. Necesitamos que el cuerpo descanse para que podamos trabajar por ti.
Quiero decir “gracias”. La palabra no encuentra cómo