12

Me quedé sola unos minutos en la Sala B. Apagué las notificaciones, abrí mi libreta y dibujé un tramo de la plaza. Curvas como olas, bancos como costas, un árbol central para atar el tiempo. Fue entonces cuando sentí el cosquilleo. No en la piel. En el aire.

Alguien miraba.

Me giré. No había nadie. Pero el reflejo del vidrio de la puerta mostraba un fragmento de sombra que se retiraba.

—¿Pablo? —llamé.

No respondió. Guardé la libreta. Salí al pasillo. Nada. Un rumor de pasos en la escalera de servicio. Demasiado ligero para botas. Demasiado corto para un ejecutivo.

—¿Todo bien? —Eva asomó desde una oficina.

—Sí —mentí—. Me parecía escuchar algo.

—Vente. Claudia quiere que revisemos la cronología de lo del parque.

Entré y me obligué a abandonar la inquietud en el umbral.

***

La cronología dolía releerla, pero nos daba bordes. Hora exacta. Ruta. Posición del sol. Testigos que no eran testigos porque nadie mira a los desconocidos que caminan. Claudia levantó la vista al final.

—Con esto
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