Lunes, 08:15 a.m.El edificio de Del Valle & Asociados era aún más imponente a plena luz del día. El vidrio reflejaba el sol como si se tratara de una estructura hecha de luz endurecida. Cada paso que daba al interior era un recordatorio de mi nueva vida: esta vez, estaba jugando en un tablero distinto.Me habían asignado la Sala B, en el ala sur, un espacio compartido con otros tres arquitectos. El más joven, Pablo, no podía tener más de veinticuatro. Eva —no mi amiga, otra Eva— era una mujer de unos cincuenta, cabello canoso atado en un moño pulcro y mirada brillante. Y, por último, Daniel: arrogante, seguro, de esos que creen que las mujeres están para dueñas de casa y criar hijos.—¿Primera vez en algo serio? —me dijo sin levantar la vista de su monitor.—Primera vez trabajando con adultos, sí —respondí, sin sonreír.Pablo se atragantó con el café. Eva me lanzó una mirada rápida, aprobatoria.Román Del Valle no apareció hasta las once. Entró como una sombra poderosa, revisando pla
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