La oscuridad aún abrazaba al reino de los vampiros cuando un estruendo metálico rompió el silencio. No era un trueno, ni el sonido de rocas cayendo. Era la alarma.
Un eco profundo y vibrante se propagó por cada cámara subterránea, como el rugido de una bestia ancestral despertando.
Drak abrió los ojos de inmediato.
Su primer reflejo fue mirar hacia su izquierda.
Elzareth yacía a su lado, envuelta en las sábanas negras y rojas, su piel iluminada por la luz plateada que se filtraba por los vitrales encantados del techo. Dormía plácidamente, con el rostro relajado, como si la paz fuera una amiga recién reencontrada.
Pero no duraría.
—Elzareth —murmuró él con voz ronca—. Despierta.
Ella abrió los ojos despacio, parpadeando como si saliera de un sueño profundo.
—¿Qué pasa?
El estruendo volvió a sonar. Más alto. Más cerca.
—Una alarma. El sistema de defensa ha sido activado —respondió Drak mientras ya se ponía de pie, cubriéndose con sus pantalones oscuros y cruzando la habitación a paso ve