La luna plateada se alzaba alta sobre el reino, bañando las torres oscuras y los vitrales encantados con su luz líquida. Elzareth se encontraba en los aposentos que Drak había mandado preparar para ella… pero el silencio del lugar no la apaciguaba. Su cuerpo ardía aún con los recuerdos del paseo, del roce de sus manos, de las miradas que no se esquivaban.
Un golpe suave en la puerta la sobresaltó.
—¿Puedo pasar? —La voz grave de Drak retumbó como eco en su pecho.
—Si —respondió ella sin pensar, girándose para recibirlo.
Drak entró, sin su capa, sin armadura. Solo una camisa negra suelta y la mirada puesta únicamente en ella. Cerró la puerta tras de sí. No dijo palabra al principio, solo se acercó lentamente, como si temiera romper el momento.
Ella lo miro con intensidad mientras sus mejillas se coloreaban de rojo.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—No lo sé. Todo esto es tan nuevo… pero tú no me asustas —respondió Elzareth, sin apartar los ojos de los suyos—. Me asusta lo que despiertas en