Adelia despertó desorientada. La luz era tenue, rojiza. Estaba atada de pies y manos a una cama de piedra cubierta por pieles rústicas. Las paredes eran oscuras, con símbolos extraños grabados en ellas que parecían moverse con su mirada.
El techo parecía estar tallado en roca viva, como si el lugar estuviera bajo tierra. Una corriente de aire caliente le indicó que una fuente de fuego ardía cerca. El olor era penetrante: sangre seca, moho, y algo más... algo que le erizaba la piel.
Su mente intentó ubicarse. No reconocía ese lugar. El aire estaba impregnado de un aroma a magia corrupta, algo que su lobo interior detestaba.
—¿Dónde estoy...? —murmuró, aún aturdida.
Intentó transformarse, pero su magia no respondía. Era como si la hubiesen bloqueado, su conexión con su lobo debilitada.
Se concentró en respirar. No podía entrar en pánico. Debía conservar energía, observar, esperar. La última imagen en su mente era la niña. ¿Había sido real? ¿Una ilusión? ¿Un señuelo demoníaco?
Entonces es