La mañana siguiente a la batalla en el Bosque Espejado estaba envuelta en un silencio extraño. El escuadrón liderado por Adelia y Ethan partió temprano, dejando atrás las cenizas de los demonios y el rastro de energía que aún palpitaba en la tierra. El aire estaba cargado de una tensión silenciosa. Sabían que cada paso los acercaba al corazón de la oscuridad.
Durante horas avanzaron entre árboles retorcidos y caminos abandonados hasta que se toparon con una aldea humana completamente destruida. Las casas, antes modestas pero llenas de vida, eran ahora solo esqueletos de madera y piedra calcinada. El humo aún se alzaba en espirales delgadas desde algunas estructuras, y el silencio que reinaba era antinatural, interrumpido solo por el crujido de sus pasos sobre los restos de lo que había sido un hogar.
—Esto... fue reciente —dijo Ethan, con voz baja, tocando una viga quemada que aún emanaba calor.
—Deben haber huido o... —comenzó uno de los cambiaformas, pero no terminó la frase.
Un sol