El amanecer llegó con un silencio pesado en el apartamento. Valeria permanecía recostada en la cama, con la piel todavía ardiente por la intensidad de la noche anterior. Cada caricia, cada beso y cada suspiro que compartieron en la oficina seguían grabados en su memoria, pero algo no dejaba de atormentarla: la frialdad con la que Adrian la trataba como si la noche anterior no hubiera pasado nada.
Él estaba sentado frente al escritorio de la oficina, impecable como siempre, revisando documentos con su habitual concentración implacable. Sus movimientos eran precisos, sus gestos medidos, y aunque sus ojos grises seguían observándola desde la distancia, su semblante permanecía frío y distante.
Valeria lo miraba desde la puerta de la oficina, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. No entendía cuál era su juego. Después de la pasión de la noche anterior, esperaría al menos una señal de afecto o cercanía, pero Adrian parecía imperturbable, como si nada hubiera sucedido entre ellos.
—Si