El miedo tiene un sabor metálico. Lo descubrí mientras avanzábamos por el corredor subterráneo, con la adrenalina bombeando en mis venas y el corazón latiendo tan fuerte que temía que los guardias pudieran escucharlo. Marcus se movía delante de mí como una sombra, su cuerpo tenso, alerta, cada músculo preparado para el ataque o la defensa.
Nunca había estado tan consciente de alguien como lo estaba de él en ese momento.
—Mantente pegada a mí —susurró, su voz apenas audible—. Estamos entrando en la zona caliente.
La base terrorista se extendía bajo tierra como un laberinto de hormigón y metal. Según los planos que habíamos conseguido, el centro de operaciones se encontraba tres niveles más abajo. Allí estarían los servidores con la información que necesitábamos para desmantelar la red completa.
—¿Cuánto falta? —pregunté, ajustando el chaleco antibalas que me había obligado a ponerme.
—Doscientos metros hasta el siguiente punto de control. Después, el descenso.
Sus ojos, esos ojos que a