Damian
El desierto se extendía ante nosotros como un océano de arena dorada bajo el sol implacable. Desde nuestra posición elevada, podía ver el complejo a menos de un kilómetro de distancia: un conjunto de edificios bajos de hormigón, rodeados por una alambrada perimetral y torres de vigilancia. La guarida de Khalid.
Ajusté el visor de mi rifle de francotirador, enfocando la entrada principal. Tres guardias. Dos vehículos blindados. Sistemas de seguridad visibles en cada esquina. Nada que no hubiéramos anticipado.
—Tenemos quince minutos antes del cambio de guardia —murmuré, sin apartar la vista del objetivo.
Elena estaba a mi lado, tumbada sobre la arena, con unos prismáticos de visión térmica. Su respiración era constante, controlada. Ya no era la periodista asustada que había rescatado semanas atrás. Ahora se movía con la precisión de alguien entrenado, aunque seguía manteniendo esa chispa de humanidad que yo había perdido hace tiempo.
—Veo movimiento en el ala este —respondió ell