Damian
El amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación del hotel en Madrid. Observé cómo la luz dibujaba patrones sobre la piel de Elena mientras dormía. Su respiración era tranquila, rítmica, como si finalmente hubiera encontrado paz después de tanto caos. Tenía una pequeña cicatriz en el hombro, recuerdo de nuestra huida de Damasco. La rocé con la yema de mis dedos, tan suavemente que no despertó.
Nunca fui un hombre de contemplaciones. En mi mundo, detenerse a observar significaba morir. Pero ahora, mirando a esta mujer que había puesto mi existencia patas arriba, me permití el lujo de la quietud.
Hace tres meses, era Marcus Blackthorne, operativo de élite, un fantasma sin ataduras ni remordimientos. Ahora, después de todo lo vivido, ya no estaba seguro de quién era. O quizás, por primera vez, lo sabía con claridad.
Elena se removió ligeramente, sus párpados temblaron antes de abrirse. Sus ojos, esos que me habían mirado con desprecio la primera vez, ahora me observaban c