El túnel se estrechaba a medida que avanzábamos, como si la tierra misma conspirara para asfixiarnos. La humedad se adhería a mi piel igual que un sudario, y el eco de nuestros pasos rebotaba contra las paredes de piedra, amplificando cada movimiento. Damián caminaba delante de mí, su silueta recortada contra la penumbra, apenas iluminada por la linterna que sostenía con firmeza.Observé su espalda, ancha y tensa bajo la camiseta negra. Cuántas veces había confiado en esa misma espalda, creyendo que me protegería de cualquier amenaza. Qué ingenua había sido.—Mantén el ritmo, Elena —murmuró sin voltearse—. No podemos permitirnos descansos.Su voz, grave y controlada, despertó en mí recuerdos que creía enterrados. Kabul, tres años atrás. El mismo tono autoritario mientras me instruía sobre cómo moverme en territorio hostil. "Confía en mí", me había dicho entonces. Y lo hice, completamente.—No me des órdenes —respondí, acelerando el paso hasta colocarme a su lado—. Ya no soy la novata q
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