El amanecer se filtraba por las rendijas de la persiana, dibujando líneas doradas sobre el mapa desplegado en la mesa. Llevaba horas inclinada sobre él, trazando rutas, calculando tiempos, evaluando riesgos. Mi cabeza palpitaba, pero no podía permitirme el lujo del descanso. No ahora.
Alcé la vista hacia la pared donde habíamos pegado todas las piezas de información: fotografías, documentos interceptados, transcripciones de comunicaciones. Parecía un mural de obsesión, el tipo de cosa que en las películas siempre pertenece al detective que ha perdido la cordura persiguiendo a un criminal. Quizás no estábamos tan lejos de eso.
—Alfa-Sierra —murmuré, repasando con el dedo la ruta marcada en rojo sobre el mapa—. El canal de comunicación que nunca debió existir.
Marcus dormía en el sofá, su respiración profunda y regular. Incluso en sueños mantenía una postura de alerta, como si una parte de él nunca bajara la guardia. Me permití observarlo unos segundos. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí