El silencio tiene su propio sonido. Lo descubrí mientras avanzábamos por el pasillo del complejo, donde cada respiración parecía amplificarse hasta convertirse en un estruendo. Mi corazón latía con tanta fuerza que temía que los guardias pudieran escucharlo a través de las paredes.
Marcus se movía delante de mí como una sombra, apenas rozando el suelo. Yo intentaba imitar sus movimientos, recordando cada detalle del entrenamiento intensivo que me había dado durante las últimas semanas. "Pisa donde yo piso", me había dicho. "Respira cuando yo respire". Ahora entendía por qué.
El pasillo estaba equipado con sensores de movimiento casi imperceptibles. Pequeños haces de luz infrarroja que solo podían verse con las gafas especiales que llevábamos. Un paso en falso y todo habría terminado.
—Tres guardias a la vuelta de la esquina —susurró Marcus, tan bajo que tuve que leer sus labios—. Cambio de turno en cuarenta segundos.
Asentí, sintiendo cómo el sudor frío resbalaba por mi espalda. Había