El silencio de la madrugada era mi único aliado. Sentada en el suelo con la espalda apoyada contra la pared, extendí el mapa improvisado que había dibujado sobre un trozo de papel arrancado de mi cuaderno. La luz tenue de mi teléfono iluminaba las líneas trazadas con bolígrafo, creando sombras que bailaban como presagios sobre el papel.
Tres días. Tres días desde que Marcus y yo habíamos acordado nuestro plan para infiltrarnos en la base de operaciones de Damián. Tres días de fingir sumisión, de recopilar información fragmento a fragmento, como quien reconstruye un espejo roto sin cortarse en el proceso.
—Piensa como ellos, Elena —murmuré para mí misma, estudiando cada ruta de escape que había logrado identificar—. Anticípate.
La base de Damián era como una fortaleza moderna disfrazada de complejo industrial abandonado. Dos entradas principales, ambas vigiladas por hombres armados que rotaban cada seis horas. Tres salidas de emergencia, una de ellas conectada a un sistema de túneles q