Orion llegó esa mañana a la cocina con la frente fruncida y un aire de prisa que casi nunca tenía.
—Apúrate con el desayuno —me dijo, sin siquiera saludar—. Y mamá dice que después puedes ir a la casa del Beta a ayudar con los preparativos de la fiesta de este mes.
Se detuvo un momento, como si quisiera agregar algo. Sus ojos se movieron hacia la puerta, luego hacia mí. Dudó. Abrió la boca… y al final solo soltó un suspiro antes de irse sin explicar nada.
Sentí un mal presentimiento en el pecho, pero no dije nada.
Obedecí, aunque no quería ir. La sola idea de poner un pie en la casa del Beta me revolvía el estómago. Habían pasado meses desde la última vez… meses desde aquella vez. Y aun así, mis manos temblaban nada más pensarlo.
Pero esta vez tenía un plan. Uno pequeño, uno frágil… pero era mío.
Cuando llegué, no me miraron dos veces. Me mandaron directo al salón principal para ayudar a arreglarlo para la fiesta. Globos, manteles, flores… nada fuera de lo normal. Pasé horas ahí dentro