Hoy por fin es mi primer día de clases en este lugar. La semana ha transcurrido con una monotonía tensa. No me he vuelto a encontrar con Aztrid ni con su séquito, pero su ausencia se siente como la calma antes de la tormenta.
Todas las mañanas, sin falta, Ryan y yo salimos a correr a las cinco. Dos horas exactas. Él se coloca sus audífonos y no me dirige ni la más mínima mirada; si no fuera porque a veces lo escucho hablar con nuestra hermana Marlín, pensaría que es mudo. Es un compañero de carrera silencioso y eficiente. Nada más.
Por otro lado, mi madre me manda mensajes todos los días. Su contacto constante, junto con el de mis amigos de la ciudad —quienes gracias a ella tienen mi nuevo número—, son un salvavidas. Me ayudan a no sentirme completamente solo en este lugar que me rechaza. Pero hay una ausencia que pesa más de lo que quiero admitir: no he podido volver a ver a Lilith. No sé por qué, y esa incertidumbre me carcome.
Aunque estoy algo nervioso, me dirijo a la nueva escuela