Esta mañana he estado sumamente distraída. Mis manos realizan los movimientos de siempre —barrer, fregar, preparar la comida para la familia de mis anfitriones—, pero mi mente está en otra parte. En unos ojos grises que no se apartaban de los míos, en unas vendas manchadas que cambié con manos apenas temblorosas, en el eco de una conversación que sentí más íntima de lo que debía ser.
Como todos los días, trabajé en casa de mis anfitriones hasta el mediodía. Después, como es costumbre, nos asignaron en apoyo a la manada donde se nos necesitara. Para mi mala suerte, esa tarde me enviaron a la casa del Beta, Rod.
En cuanto entré, Tara, una de las sirvientas de mayor antigüedad, se acercó con el ceño fruncido.
—Lilith, ten cuidado —susurró, acercándose—. Aztrid está de mal humor hoy. Más vale que la evites si no quieres problemas.
Asentí en silencio. No necesitaba que me lo advirtieran. Me concentré en mis tareas, deseando pasar desapercibida. La tarde transcurrió con una tranquilidad rel