El eco de mis propias palabras, vacías y edulcoradas para esa asamblea de hienas, aún resonaba en mis oídos.
“Contento de estar aquí... daré todo de mí...”
Mentiras. Todo eran malditas mentiras. Cada sonrisa forzada había estirado los moretones de mi rostro como un recordatorio de la verdadera bienvenida que me habían dado.
Mientras la multitud se dispersaba, con miradas que evitaban encontrarse con las mías o que lo hacían con un desprecio apenas disimulado, busqué a Azura. Había captado su mirada de preocupación entre la multitud —un destello de humanidad en aquel mar de hostilidad— y sentí que había sido demasiado brusco al ignorarla antes. Pero ya se había esfumado, absorbida por el flujo de sirvientes que regresaban a sus quehaceres.
Fue entonces cuando, al pasar junto a un grupo de guerreros que creían que no podía oírlos, las palabras me alcanzaron como puñaladas.
—...nadie hará caso a este Alfa impostor —masculló uno, escupiendo al suelo con desdén.
—Ryan es el verdadero hered