Zane
El amanecer se filtraba por las ventanas de la habitación principal, bañando con su luz dorada el rostro de Luna. Zane la observaba dormir, maravillado por la paz que irradiaba. Había pasado una semana desde la batalla final, desde que habían derrotado a sus enemigos y reclamado su lugar como líderes legítimos. Una semana de reconstrucción, de sanar heridas, tanto físicas como emocionales.
Con cuidado de no despertarla, Zane se levantó y se acercó a la ventana. Su territorio se extendía ante él, vasto y hermoso. Ya no era solo suyo, ahora era de ambos. El pensamiento le provocó una sonrisa. Jamás habría imaginado que encontraría a alguien como Luna, alguien que no solo aceptara su lado salvaje, sino que lo complementara a la perfección.
—¿En qué piensas? —La voz adormilada de Luna lo sacó de sus cavilaciones.
Zane se giró para encontrarse con sus ojos, esos ojos que habían visto lo peor de él y, aun así, lo miraban con amor.
—En nosotros —respondió con sinceridad—. En todo lo que