Zane
El amanecer apenas se asomaba por las montañas cuando Zane ya estaba de pie, observando su territorio desde la cima de la colina que coronaba los dominios de la manada. El viento frío de la mañana agitaba su cabello oscuro mientras sus ojos, afilados como dagas, escudriñaban cada rincón del bosque. Su mente, un torbellino de estrategias y preocupaciones, no había encontrado descanso durante la noche.
La amenaza que se cernía sobre ellos era real. Los informes de sus exploradores confirmaban lo que su instinto ya le había advertido: la manada de Víctor se estaba movilizando, reuniendo aliados, preparándose para un ataque que prometía ser devastador. No era solo una cuestión territorial; Víctor quería a Luna, y Zane sabía que no se detendría ante nada para recuperarla.
—Alfa —la voz de Derek, su beta, interrumpió sus pensamientos—. Los guerreros están reunidos como ordenaste.
Zane asintió sin apartar la mirada del horizonte.
—¿Cómo está ella?
—Luna sigue dormida. Coloqué dos guardi