Luna
La noche anterior a la batalla, Luna no pudo dormir. Sentada en el alféizar de la ventana de la habitación que compartía con Zane, contemplaba la luna menguante que se asomaba entre las nubes. Resultaba irónico que llevara ese nombre y que toda su vida hubiera estado tan conectada con aquel astro plateado que ahora parecía observarla con la misma intensidad con la que ella lo miraba.
Sus dedos acariciaron inconscientemente la marca de su cuello, aquella que la unía a Zane de una manera que jamás creyó posible después del rechazo de su primer mate. ¿Cómo había cambiado tanto su vida en tan poco tiempo? Había llegado a este territorio como una loba herida, con el corazón destrozado y el alma en pedazos, convencida de que nunca volvería a sentir. Y ahora estaba dispuesta a luchar hasta la muerte por defender a su nueva manada, por defender a Zane.
—No puedes dormir —la voz de Zane no era una pregunta.
Luna se giró para encontrarlo apoyado en el marco de la puerta, con el torso desnu