El cielo se abría lentamente sobre el mar, como si el día despertara con la misma pesadez que Ángel sentía al bajar del autobús.
El aire estaba saturado de sal, calor y ese olor a humedad que sólo puede nacer del mar abierto. La brisa, aunque tímida, acariciaba su rostro con una dulzura engañosa que apenas lograba aliviar el bochorno a pesar de todo, respiró hondo y cerró los ojos.No buscaba frescura solo quería un poco de paz y silencio.Estaba solo. Lo sabía, lo sentía y más importante aún, sabía que no debía estarlo,sobre todo después del último encuentro con William y su mascota, cualquier descuido podía costarle caro. Pero eran kilómetros de distancia, ¿qué podría pasar? ¿Quién lo seguiría hasta allí, a un rincón anónimo de costa, sin planes ni dirección?La advertencia de la noche anterior había sido clara, sin necesidad de palabras: “No andaba solo, y el próximo encuentro podría costarle caro.” Pero Ángel nunca funcionó con correa. No lo había